viernes, 1 de enero de 2016

ECLIPSE DE SOL

Salmo 36


NUESTRA LUZ

Os habéis fijado en lo que es un eclipse? 
Tenemos el eclipse de Sol y el eclipse de Luna. En el primero la Luna se coloca entre la Tierra y el Sol, y por eso se proyecta sobre la tierra la sombra de la luna. En el segundo es la Tierra la que se coloca entre el Sol y la Luna y esta desaparece en la oscuridad completamente porque la Tierra es más grande que la Luna y es cuando se produce la llamada Luna de sangre, cuando esta comienza a emerger de la oscuridad recibiendo la luz del amanecer de todos los lados de la Tierra.

Un eclipse es un fenómeno natural precioso, que tiene multitud de observadores en todo el mundo. Pero yo no quería hablarte hoy de ello, sino de otro tipo de eclipse menos maravilloso y si más inquietante.

Como Hijas de Dios hemos sido hechas hijas de la Luz, de la verdad luminosa que se encuentra en Dios, pero al igual que la Tierra, o la Luna, no tenemos Luz en nosotras mismas, sino que la reflejamos de nuestro Dios, quien es Luz y tiene Luz en sí mismo, al igual que el Sol. 

Mientras estemos expuestas a la Luz de Dios.

Hay situaciones en la vida que eclipsan la Luz divina y ese es un tipo de eclipse que no desearías. El fenómeno natural se produce en contadas ocasiones, no así el eclipse del Hijo/a de Dios. El eclipse natural no se puede prevenir, pero el nuestro, si.

Aunque el Salmo 36 nos habla de una serie de circunstancias por las que somos eclipsados, también nos habla de la misericordia del Señor.

Acompáñame en su lectura.

¿Cuantas veces nos volvemos a comportar como impíos, dejando que la maldad hable a nuestro corazón?, nos engañamos a nosotras mismas al no aborrecer la iniquidad, sino que, como dice vs 3, “dejamos de ser sabias y de hacer el bien” planeando iniquidad.

“Porque en sus propios ojos la transgresión le engaña
 en cuanto a descubrir su iniquidad y aborrecerla” Salmo 36:2

Somos eclipsadas de la verdadera Luz cuando nos negamos a mirar nuestra propia iniquidad, cuando nos creemos mejores que los demás, cuando no aborrecemos ese orgullo que nos invade por cualquier “logro” que alcancemos, olvidando que no somos nosotras, sino nuestro Dios quien actuó en nosotras. Olvidando que la misericordia y la fidelidad del Señor es nuestra por su voluntad y no porque nosotras la hayamos ganado.

Somos eclipsadas cuando de forma obstinada nos dejamos ensombrecer por el pecado de nuevo, y lo que es una imagen majestuosa en la naturaleza, en nosotras es la imagen más triste y penosa de la vida cristiana.

Salimos de nuestro particular eclipse cuando nos dejamos alumbrar por la verdad y nos venimos a situar delante de nuestro Dios, cual Sol que alumbra y calienta nuestra alma, y nos dejamos saciar por “la abundancia de su casa” y bebemos del río de las delicias de nuestro Dios (vs. 8)



No estamos exentas de adversidad, de división, de confusión. Pidamos al Señor que nos continúe iluminando para que el orgullo no nos alcance, ni nos dejemos llevar por la mano de los impíos. Me encanta como lo dice el vs. 11

“Continúa tu misericordia para con los que te conocen,
y tu justicia para con los rectos de corazón.
Que no me alcance el pie del orgullo,
ni me mueva la mano de los impíos
Allí han caído los que obran iniquidad;
han sido derribados y no se pueden levantar”
Salmo 36:10-12


No dejemos que nada se interponga entre nosotras y nuestro Padre celestial, no nos dejemos eclipsar. La única forma de reflejar la Luz divina es situándonos justo delante de nuestro Dios, como la Tierra está delante del Sol.



Y recuerda que es la Tierra la que gira alrededor del Sol. Busca siempre estar expuesta a la Luz de Dios, unas veces estarás más cerca, otras más lejos; de igual modo que las estaciones del año se originan en la órbita celeste,  nuestro desarrollo espiritual ha de ir orbitando al rededor del Padre, pasando por las diferentes estaciones de la vida cristiana, pero siempre expuestas a su Luz.