viernes, 20 de marzo de 2015

Una piedrecita blanca


Una piedrecita Blanca


Guardo en el cofre de mi mente un recuerdo de mi infancia que atesoro como si de una perla preciosa se tratara.

Un día de playa, una playa con poca arena y muchas rocas, grandes rocas que soportan el peso de una ladera sobre la que transcurre la vía de un tren. Estoy sentada en una de esas grandes rocas, lejos de la playa y de mi familia, oigo los gritos, risas y sonidos de mis hermanos en sus juegos. No veo el mar. Veo a mi padre que me hace una señal, me llama y voy. Lo siguiente que recuerdo es a mi padre poniéndome un flotador, yo soy muy pequeña, y me lleva de la mano hacia el mar. No tengo miedo, pues voy con el, y el es un gran nadador, y me lleva mar adentro, el nadando de espaldas tirando de mi flotador, veo su cara tan sonriente que me hace feliz.

Llegamos hasta un lugar muy profundo, y sin hablarme me hace mirar hacia la playa para que vea lo lejos que estamos. Lejos de todos, mi papá y yo solamente!

Me pregunto ahora si se daría cuenta de cuanto me costaba hablar, tal vez por eso no quiso estropear el momento hablando, solo me fue indicando con sus ojos a donde debía mirar. Recuerdo que me hizo mirar al fondo del mar, fijarme en como mis pies flotaban debajo del agua, una agua transparente, limpia, cristalina, un agua calmada, que apenas el aire rizaba, formando ondas de agua y la arena dorada allá en la profundidad. 

Nada, se zambulle, hace unas brazadas, se aleja, vuelve. Sigo flotando y disfrutando de ese momento que mi padre me regala, solo para mi, y ahora se zambulle y le veo alejarse en la profundidad, cada vez más y más profundo, hasta que se detiene y vuelve. Le veo subir, el agua se aparta a su paso, y trae en su mano algo para mi, algo que me ofrece como un regalo del fondo del mar, una piedra. Me quiere demostrar con ello que ha llegado hasta el fondo. Y me la da, la pone en mi mano.

Recuerdo la suavidad de mar, el peso de la piedra, su rugosidad, su color y su forma contrastan con la ligereza del aire, del agua. Recuerdo el alivio de mi tristeza, el cariño, la paz. Y la suelto y veo como se hunde, pesada, me asombra la rapidez con la que ya no la veo, la pierdo de vista.

No recuerdo el regreso, se que volvimos a la playa porque mi vida siguió adelante, mi silencio, mi mundo interior intenso, mi forma de ser continuó. Pero algo me marcó para siempre, quedó grabado en mi mente, como un recuerdo imborrable, que hoy sigo rememorando, sigo atesorando. Es un recuerdo que siempre me viene a rescatar cuando mis pensamientos se vuelven demasiado tristes.

Similitudes 




Experiencias como analogías de mi vida, cada vez que abro el cofre con mis tesoros escondidos, no puedo evitar pensar en que son herramientas, que son útiles para ayudarme a sobreponerme a mis angustias y tristezas, y que también me identifican, me dan un sentido de pertenencia.

Comparo esa piedra blanca con esa señal que me identifica como hija del Padre. Quien también me llamó y tomándome de la mano me acompaña mar adentro, me pone un flotador para que no me ahogue en mis propias tristezas, me lleva hasta lo más profundo y me demuestra que el puede nadar ágilmente en el mar de mis circunstancias, en el mar de todo lo que me sucede cada día, y que si quedara sola a merced de sus olas, seguramente me hundiría en la profundidad de su abismo. 

Me mira, como sólo el me puede mirar, muy dentro de mi, en lo más profundo, con una sonrisa en su rostro, y me demuestra que él es capaz de nadar voluntariamente hasta lo más profundo de mi ser sin temor y rescatarme de mi misma.

Esa piedra blanca que un día mi padre sacó del fondo del mar, cuyo recuerdo me hace tanto bien, me hace recordar esa otra piedrecita blanca que un día el Señor pondrá en mi mano. El la tiene guardada para mi con mi nombre grabado, un nuevo nombre, mi nombre verdadero, el que me identifica como suya.


Al que venciere, daré a comer del maná escondido, 
y le daré una piedrecita blanca, 
y en la piedrecita escrito un nombre nuevo, 
el cual ninguno conoce sino aquel que lo recibe.

Apocalipsis 2:17









martes, 17 de marzo de 2015

BETESDA


 Curación del Paralítico de Murillo


Betesda

Nos cuenta el Evangelio de Juan, en su capítulo 5, que había en Betesda un estanque con una particularidad, a él acudían enfermos de todo tipo, ciegos, cojos y paralíticos, para ser sanados, de tiempo en tiempo un ángel descendía del cielo y removía sus aguas, y el que primero se sumergía en ellas era sanado.

Así que este estanque rodeado por cinco pórticos estaba lleno de enfermos, y a este lugar acudió el Señor Jesús, y nos cuenta el evangelista que allá había un paralítico que llevaba 38 años enfermo y como no tenía a nadie que le ayudara a llegar al agua, nunca podía ser sanado. 

A este paralítico se acercó el Señor, y a este paralítico sanó, pero lo que me llama la atención es que antes de sanarle le pregunta ¿Quieres ser sano? Jn. 5:6

Esta escena me hace pensar en nuestra propia necesidad, nosotras somos como este paralítico, tendidas al lado mismo de la solución a nuestra parálisis, y sin solución de sanación a causa de nuestra misma enfermedad, y el Señor está preguntándonos, el Señor te pregunta ¿Quieres ser sanada?

Podemos estar por años siguiendo el blog de Ama a Dios Grandemente, podemos estar incluso en un grupo de Facebook recibiendo notificación tras notificación, diariamente, pero solo una cosa nos pregunta el Señor ¿Queremos ser sanadas? 

Y es que para ser sanadas no debemos sumergirnos en el estanque, como normalmente pensaríamos, ni leer cada artículo, ni decir amén a cada alabanza, nos proporciona la sanidad a nuestra parálisis espiritual; el Señor nos muestra una forma mejor. 

El viene para sanarnos personalmente, con su pregunta nos muestra nuestra necesidad, nuestra sed de él;  necesitamos ser alimentadas, y puede que en un tiempo hayamos estado buscando en lugares equivocados, pero cuando el Señor nos muestra la verdadera fuente ya no podemos dejar de acudir a ella para beber sus palabras.

Y es que, como el Señor Jesús le dijo a la samaritana “si conocieras el don de Dios…… tú le pedirías, y él te daría agua viva” Jn. 4:10. Él se acerca a nosotras andando entre los pórticos del estanque de Betesda, entre las páginas de Facebook, entre los comentarios, dispuesto a darnos su agua viva, nos muestra la verdadera fuente donde beber de sus palabras. De nada nos sirve estar en Betesda, estar en los grupos, si no nos apropiamos cada día la respuesta a la pregunta que él nos hace.

Desde el principio de la creación, la Palabra de Dios ha revelado su poder, podremos escuchar a muchas sabias mujeres, eruditas tal vez, hablándonos desde los grupos, pero ninguna de esas palabras conseguirán lo que una sola Palabra de Dios puede producir.

La sola Palabra de Dios inicia la vida, en el principio dijo Dios “Sea la Luz” (Gn. 1:3) “y fue la Luz”, esa sola palabra que iluminó el caos en el principio, nos ilumina a nosotras, nos alumbra el camino a seguir como dice el Salmo “Lámpara es a mis pies tu Palabra y lumbrera a mi camino”

Esa misma Palabra que Satanás intentó apagar desde el principio diciendo a Eva en el Eden “¿Conque Dios os ha dicho?” (Gn. 3:11) es la misma Palabra que Dios ordeno escribir a Moisés haciendo pacto con él (Ex. 34:27), es la misma Palabra que se fue escribiendo a lo largo de los siglos hasta llegar a nosotras, es la misma Palabra que se hizo carne y vivió entre nosotros (Juan 1:1-5)

Al comienzo de nuestro estudio Creadas para Relacionarnos entraron nuevas mujeres a los grupos, como lo han venido haciendo en pasados estudios en línea, y siempre me ha sorprendido como los hábitos de todas ellas fueron cambiando, no deja de sorprenderme el impacto que la lectura sistemática de la Palabra de Dios está haciendo en todas nosotras, y es que su palabra no vuelve a él vacía y lo más hermoso es oír/leer a diferentes mujeres decir como antes del estudio se sentían frías, paralizadas, y como ahora vuelven a tener vida en ellas, vuelven a sentir gozo y paz, como la relación con la Palabra de Dios puede llegar a situarnos en nuestra Betesda particular, pero no sumergiéndonos en el estanque, sino mirando a Jesús cara a cara mientras nos pregunta ¿Quieres ser sanada?.