Juan 21:7 Entonces aquel discípulo a quien Jesús amaba, dijo a Pedro: ¡Es el Señor!....
Me imagino a los discípulos de Jesús tan perdidos en sus ilusiones rotas, perdidos en su desesperanza, abatidos por la perdida de su amado maestro. Como debieron sentirse cuando vino a ellos, como tantas otras veces. Pero ahora viene triunfante, aparece en medio de su sufrimiento.
¡Cuanta paz, oh Señor!
Cuando tu vienes a mi en medio de mi sufrimiento, cuando tu vienes andando sobre este mar de tormentas, o me esperas tranquilo a la orilla de mi dolor.
Cuando me preparas sustento y me alimentas con tu presencia.
Tu presencia gloriosa me abraza y me consuela, seca mis lagrimas mientras me dice ¿me amas? ¡Confía! ¡Tranquila! ¡estoy a tu lado, no temas!
Que paradoja que te perciba de manera tan nítida en mi noche más oscura, que me acompañes en mi soledad más abrumadora.
Tu vienes a mi encuentro y me traes tu paz, una calma serena y quieta. ¡Sólo mirándote!, ya lejos todo temor, ya libre del recelo y la desconfianza, libre de la ansiedad que produce tan inexorable tormenta.
Tu vienes a mi encuentro de nuevo, y a solas contigo....
¡Cuanta paz, oh Señor!